Correr y meditar son placeres que disfruto cada vez más conforme pasa el tiempo.

No siempre es fácil, a diferencia de lo que la televisión y las películas nos hacen creer, correr no es solo ponerse unos tenis y salir disparado «como perro de azotea». Nada como salir muy orondo a correr y darte por vencido a media cuadra porque los pulmones te estallan para darte un buen baño de realidad.

Por otra parte, la meditación a veces puede ser todo menos relajante. Cuando te sientas a solas y en silencio con tu mente, sin nada que hacer más que observarte a ti mismo, comienzan a salir a la superficie muchas cosas que preferirías mantener cómodamente escondidas bajo la alfombra.

Por si esto fuera poco, a veces también nos vemos expuestos a través de revistas, blogs y redes sociales, a los enfrentamientos y discusiones —a veces más que acaloradas— que inevitablemente surgen entre corredores y meditadores sobre casi cualquier tema.

arguing-runners
¡Porque lo digo YO!

Esto me hizo recordar lo fácilmente que los hábitos y tendencias que llevamos acumulando toda la vida se filtren sin que nos demos cuenta en nuestra práctica, ya sea de correr o meditar.

La sutil telaraña

Estás muy quitado de la pena cuando pequeño monstruo del juicio y la competitividad se acerca de puntitas y te susurra al oído; «¿Ya viste qué mala postura tiene el de junto al meditar? Tu lo haces mucho mejor…» o «Qué chistoso se mueve esa gorda al correr, se ve que no tiene idea de lo que es una buena forma…»

Todavía no te recuperas cuando por el otro lado la auto-crítica y la inseguridad te salen al paso y comienzan a correr a tu alrededor gritando a todo pulmón; «¡HAY ALGUIEN QUE MEDITA MUCHO MEJOR QUE TU!» o «¿VISTE A QUE VELOCIDAD DE REBASÓ ESE CHAPARRITO? ¡NUNCA LO VAS A ALCANZAR!»

Si no tienes cuidado, para cuando te das cuenta ya estás completamente enfrascado en el juego de la comparación con otros, y basta un simple empujoncito para hacerte caer en cualquiera de dos extremos igual de perniciosos:

1- Te vuelves tan inseguro que te conviertes en un consumidor compulsivo, siempre en busca del gurú perfecto, el entrenador estrella, la práctica tántrica más sofisticada, los tenis con tecnología de la era espacial… cosas que estás seguro que de verdad te van a hacer avanzar en el camino como por arte de magia.

2- Te conviertes en el «gran experto», tan orgulloso de tu profundo conocimiento y amplia experiencia que te sientes no solo con derecho, sino incluso moralmente obligado a criticar lo más públicamente posible a quienes no comparten tus (muy particulares) ideas de cómo deben hacerse las cosas «correctamente».

Y es así como empiezan a formarse bandos: barefoot runners vs. high tech shoes, Theravada vs. Zen, paleo diet vs. suplementos, etc, etc, etc, etc. Cada uno un pequeño ejército enfrascado en la santa cruzada de convencer al otro que es poco menos que un idiota por no saber hacer las cosas «como se deben».

¿Importa realmente?

El problema es que se nos olvida que, a fin de cuentas, tanto correr como meditar son prácticas totalmente personales, nadie puede hacerlas por ti ni tu puedes experimentar en cuerpo o cabeza ajena.

No importa lo maravilloso sea el Lama, lo sofisticados que sean tus gadgets o cuantos atletas famosos sigan la misma dieta que te recomendaron, ninguna de estas cosas puede hacer el trabajo por ti.

gadgets
Gadgets, gadgets everywhere, and not an hour of gym…

Eres tu mismo quien tiene que hacer las «horas nalga» y sentarte a meditar.

Eres tu mismo quien tiene que a vencer la pereza, salir de tu camita caliente y lanzarte a acumular kilómetros.

No importa cuantos sutras te sepas de memoria, no importa si puedes dar una cátedra magistral sobe entrenamiento Vo2 max, no importa si puedes pasar dos horas sentado en flor de loto sin moverte o si has terminado más de veinte maratones; si lo único que has logrado es la maestría en la neurosis unipuntual y un sentimiento de superioridad y desprecio hacia quien no piensa, medita, entrena, usa los mismos zapatos o hasta la misma marca de incienso que tu, la triste verdad es que no estás mejorando en nada… de hecho, estás empeorando.

¿Y si cambiamos el enfoque?

Algo que personalmente he tratado de aprender a estar lo más atento posible a lo que está pasando en mi mente y, cada vez que me «cacho» juzgando a otros o comparándome con ellos, recordarme que al final no importa lo bien o mal que, desde mi punto de vista, practiquen los demás, lo único que importa es lo que YO estoy haciendo con mi propio cuerpo y con mi propia mente.

Siempre es bueno recibir ayuda y consejos de quienes ya han recorrido el camino antes que tu, y devolver el favor ayudando y ofreciendo consejos a quien viene detrás de ti. Pero en ambos casos hay que aprender a distinguir entre un consejo honesto y la mera crítica que no busca mas que demostrar quién está equivocado y quién no.

Como bien dice mi maestro, a veces en la vida tienes que preguntarte; ¿qué prefieres, ser feliz o tener la razón?

¿Qué tal si dejamos de perder el tiempo tratando de probar quién tiene la razón?

Cada vez que sintamos el impulso de compararnos con otros podemos: respirar hondo, sonreír, decirnos a nosotros mismos «tu… a lo tuyo.» y concentrarnos en realizar nuestro mejor esfuerzo.

Al final, es lo único que importa.