A veces correr puede volverse una actividad solitaria, sobre todo si nadie más de nuestra familia o amigos cercanos ha sido mordido por esta deliciosa fiebre de recorrer las calles y veredas por el simple gusto de sentirse libre.

No siempre le resulta fácil a nuestros seres queridos entender porqué estamos dispuestos a salir de madrugada, enfrentar la lluvia, el calor o el frío, sacrificar las mañanas de dormir hasta tarde los domingos, terminar con las piernas adoloridas y muchas otras cosas que a veces les hacen dudar de nuestra salud mental… y preocuparse por nosotros.

Nuestro comportamiento les resulta tan incomprensible que llegan a temer que nuestro sano pasatiempo se haya vuelto una adicción que tome el control de nuestras vidas y nos aleje de ellos.

¿Y quién podría culparlos?

¿Cómo describir a quién nunca la ha experimentado, esa profunda sensación de alegría y libertad que sentimos al correr?

¿Cómo explicarle a quién nunca ha corrido, ni probablemente correrá jamás, la profunda pasión que un acto tan aparentemente mundano puede despertar?

¿Cuantas veces hemos tenido que tranquilizarlos, prometiéndoles cuidarnos del tráfico, de las caídas, de un asalto y hasta de nosotros mismos?

Al final sabemos que su preocupación es fruto del amor que compartimos.

El mismo amor  que celebra nuestras victorias.

El mismo amor que nos consuela en nuestras derrotas.

El mismo amor que nos acepta de todo corazón… e incluso se alegra de saber que somos felices al correr.

Pero a pesar de todo, en el fondo sabemos que para ellos siempre habrá una parte de nosotros imposible de comprender… y esto nos hace sentir solos a veces..

Quizá a eso se deba que los corredores, aún sin habernos visto antes, siempre nos saludamos cuando nuestras rutas de carrera se cruzan por azar.

Sabemos, aún sin haber hablado nunca, que tenemos un secreto en común.

Al vernos trotar a lo lejos no vemos a otro corredor, sino a un reflejo de nosotros mismos.

Por eso, aún si no tenemos la oportunidad de cruzar palabra, nos regalamos un ademán, una leve inclinación de la cabeza o al menos una sonrisa; compartiendo la breve pero profunda alegría que nos trae ese instante de reconocimiento.

Luego seguimos de frente y sin voltear atrás. Cada uno siguiendo su propio camino; tal vez no corriendo juntos, pero un poco más seguros de que no corremos solos.

«At first an ordeal and then an accomplishment, the daily run becomes a staple, like bread, or wine…or air. It is also a free pass to friendship.»1

~Benjamin Cheever


  1. Al principio, una prueba, y luego un logro, la carrera diaria se convierte en una necesidad básica, como el pan, el vino … o el aire. También es un pase gratuito a la amistad.