¿Qué estoy haciendo despierto a las 3 de la mañana, escribiendo en mi iPad sobre algo que aún no puedo creer que pasó, mientras mi esposa duerme plácidamente a mi lado?

Yo mismo no lo sé.

Tal vez sea la necesidad de sacar a la superficie todas las emociones que desde ayer se agolpan en mi interior.

Estoy seguro que a estas alturas casi todos estarán enterados de lo ocurrido el lunes 15 de abril de 2013 durante el Maratón de Boston.

Justo cuando el grueso del pelotón de corredores comenzaban a llegar a la línea final, don bombas explotaron a unos cuantos metros de la meta.

Lo que debía ser la más grande de las fiestas, una en la que muchos corredores soñamos durante toda la vida con participar, se transformó en pocos segundos en una terrible tragedia.

Aún si no nos conocemos personalmente, todos nos sentimos parte de una gran familia de corredores. Cuando algo como esto ocurre inmediatamente nos sentimos identificados.

Este debería ser un día perfecto. Este es el día en que cruzarás la meta mientras la multitud te aplaude como si fueras el mejor corredor del mundo. Este es el día en que no solo conquistarás 42 kilómetros, sino a ti mismo.

Todos hemos llegado la meta sabiendo que nuestra familia y amigos nos esperan ahí para animarnos en la recta final.

Todos sabemos lo que están sintiendo todos los afectados en estos momentos.

Correr es más que una simple manera de mantenernos saludables y en forma. Para muchos de nosotros el salir a devorar kilómetros se vuelve nuestra motivación, terapia, espacio de paz mental, practica de meditación y hasta desahogo cotidiano.

Por eso lo que pasó nos afecta tan profundamente.

Una parte de nosotros se siente violada. Es como si alguien hubiera forzado la entrada a nuestro mayor refugio.

El lugar en donde nos sentíamos más seguros ha sido descercado y nuestros sueños más preciados están hechos pedazos.

Hoy me siento así… con el corazón roto.

En unos pocos minutos nos dimos cuenta que lo que más amamos nunca más podrá volver a ser ese oasis ideal en donde podíamos olvidarnos del mundo. El mundo entró de una patada y nos enfrentó a la realidad.

La última noticia que escuché, antes de decidir que era mejor para mi salud mental desconectarme de los medios y salir a sentarme un momento bajo los árboles en el parque más cercano, fue que una de las víctimas fatales tenía apenas ocho años…

…ocho…

…años…

¿Fue a disfrutar con su familia de lo que en Boston consideraban desde 1897 como el mejor día del año?

¿Tal vez esperaba para vitorear mientras algún amigo o familiar cruzaba la meta?

Hoy saldré a correr como siempre.

Una parte de mí llorará por la inocencia pérdida.

Mi corazón tendrá una cicatriz más.

Y seguiré corriendo.

Foto: Winslow Townson/AP